Celebrar el Día del Trabajo ¿Desempleado?

El cristiano ante la dura prueba de la falta de un medio de sustento

Tras laborar exitosamente por 13 años para cierta empresa de tecnología, repentinamente fui llamado al igual que todos mis compañeros a la oficina del gerente. Con un mensaje aprendido de memoria, frío e impersonal, informó a cada uno que la empresa había decidido cerrar el área. Sin más, los 18 que conformábamos mi grupo de trabajo quedamos desempleados. Entre miles más que ese mismo día la empresa recortó. Y entre muchos miles más que cada mes pierden su empleo por doquier sin importar su esfuerzo, su buen desempeño ni su lealtad.

Cuando alguien deja a otra persona sin empleo, le quita su fuente de ingresos, trastorna su estabilidad económica, le roba la paz y muchas noches de sueño. Provoca que muchas parejas entren en conflicto, que otros caigan en la depresión y que varios sucumban al alcoholismo. A no ser que sea por un mal desempeño continuo o por deshonestidad, estoy convencido de que cuando alguien deja a otro sin empleo, debe pedirle perdón a Dios. Porque el daño causado suele ser mucho.

Los hijos de Dios tenemos la bendición ante estos casos, de poder acogernos a nuestro Padre providente con confianza. Tenemos además por ser cristianos, la posibilidad de perdonar a quien nos ha despedido injustamente y desterrar así el enojo y el resentimiento que un despido conlleva. Pero siendo humanos, tendemos a sentir miedo, afligirnos y preguntarnos mil veces, “¿Por qué a mí?”.

Siempre me ha gustado acercarme a Dios en la espiritualidad. Pero este tiempo de prueba significó para mí el acercamiento más profundo, la búsqueda más incansable y la oración más persistente a Dios en toda mi vida. Aprendí a decir en horas y en deshoras, “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador.” (cf. Lucas 18,13)

Al perder mi empleo muchos vinieron en mi auxilio sin yo pedírselos. Buscaban plazas abiertas, me recomendaban con conocidos, se unieron  y — aunque no lo necesitábamos — armaron una despensa para varios meses. Y oraron por mí y por mi familia con todas sus fuerzas. Hasta que el Señor me bendijo con un empleo nuevo, más interesante, de mayor contribución al bien social y hasta mejor pagado.

Comprendí que Dios permite estas pruebas porque nos hacen acercarnos más a él, nos dejan claro que no podemos solos y que dependemos de él y dan a los que nos rodean la oportunidad de ser mejores personas e hijos de Dios. Si nunca enfrentamos dificultades, ¿cómo pueden nuestros amigos practicar la solidaridad, la generosidad y la oración por los demás?

Pasada la prueba, todos ganamos: Yo conseguí un mejor trabajo, mi familia se acercó más a Dios y nos unimos más entre nosotros. Aprendimos a ser más ahorrativos y mejor administrados. Y mis amigos se hicieron mejores cristianos.

En septiembre celebramos en los Estados Unidos el Día del Trabajo. Si no tienes empleo, por experiencia te lo digo: Confía en el Señor y sé valiente. No ceses de repetir con el corazón en la mano, “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador.” En el momento más oportuno, su mano providente te ofrecerá el trabajo que tanto necesitas.

¡Apasiónate por nuestra fe!

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Este artículo fue escrito para la edición de septiembre de la revista Northwest Catholic http://www.nwcatholic.org
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